POR TU SALUD Nos «recargamos» de vitamina D, principal-mente, durante los meses de primavera y verano, aunque también debemos aprovechar el otoño e invierno; especialmente cuando tenemos la suerte de disfrutar de muchas más horas de luz solar que en otras partes del mundo. La vitamina D es fundamental para el buen desa-rrollo y conservación de los huesos y de los dien-tes, pero también interviene en el funcionamiento de los sistemas nervioso, muscular e inmunitario. Su función primordial es regular la formación y destrucción del hueso en el cuerpo, de manera que su deficiencia puede acarrear problemas óseos. Además, actualmente se están llevando a cabo investigaciones sobre la relación que su carencia podría tener con otras patologías entre las que se incluyen la elevación de la pre-sión arterial, la diabetes, el cáncer, determinadas enfermedades autoinmunes (como la artritis reumatoide o la esclerosis múltiple), la depresión… Es, por lo tanto, esencial que disfrutemos de niveles adecuados de una vitamina que obtenemos, por orden de relevancia, de la exposición directa de nuestra piel al sol, de la dieta y de suple-mentos. Tomar el sol unos 10-15 minutos al día, 3 veces por semana, se considera apropiado para que podamos cubrir nuestros requeri-mientos corporales de vitamina D. A pesar de ello, los estudios más recientes sobre la población española revelan que nuestros niveles de dicha vitamina son cercanos a los de los habitantes de países centroeuropeos y escandinavos que no cuentan con un clima mediterráneo. Deficiencia de vitamina D La falta de vitamina D puede no dar ningún síntoma o bien pro-vocar síntomas sutiles que, incluso, lleguen a confundirse con los propios de otro tipo de enfermedades. Por lo general, los niveles bajos de esta vitamina en nuestro organismo, de forma mante-nida durante un periodo largo de tiempo, originan sensación de cansancio, fatiga muscular y/o dolores articulares (sobre todo en la parte baja de la espalda o en las caderas). En definitiva, nos debilitamos. Hay personas que se encuentran en riesgo de padecer deficiencia de la vitamina. Son aquellas que: Tienen poco o ningún contacto con el sol, por el motivo que sea (hipersensibilidad, alergia, antecedente de tumores malig-nos de piel, hospitalización prolongada, etc.). A esto hay que añadir otro factor a tener en cuenta y es que la pigmentación de la piel influye de tal manera que los individuos de piel oscura necesitan unas 3-4 veces más tiempo de exposición al sol para alcanzar los mismos niveles de vitamina D que aquellos de piel clara. Padecen enfermedades del hígado, del páncreas o del intes-tino (celiaquía, intolerancia a la lactosa, enfermedad de Crohn) asociadas con una mala absorción de grasas. O que sufren un síndrome de malabsorción como resultado de ciertas cirugías del aparato digestivo. Están en tratamiento crónico con fármacos como corticoides, antiepilépticos, antituberculosos, antirretrovirales, o algunos de los destinados a disminuir los niveles de colesterol en sangre (como la colestiramina). Siguen una dieta vegetariana estricta (veganismo) y, por ello, no consumen ningún alimento de procedencia animal. Tampoco hay que olvidarse de los niños alimentados única-mente con leche materna, de las personas con trastornos de las paratiroides, de los individuos con osteoporosis, de los adultos de edad avanzada, de los que presentan enfermedad renal crónica o de los que tienen obesidad. No recibir suficiente aporte de vitamina D conduce a una altera-ción del metabolismo del calcio y del fósforo. En consecuencia, se da una pobre mineralización del hueso, una pérdida de den-sidad del mismo (osteopenia) que puede redundar en dolores óseos habituales, osteomalacia (un reblandecimiento de los hue-sos, más conocido con el nombre de «raquitismo» en la pobla-ción infantil), fracturas y osteoporosis. Fuentes de vitamina D El sol. Para que el cuerpo disponga de vitamina D en su forma activa es imprescindible que nos expongamos al sol directamente (a través de una ventana es inútil dado que las radiaciones ultra-violeta no atraviesan el cristal), si bien es oportuno hacerlo siem-pre con precaución. Las células de la piel están preparadas para generar vitamina D. La exposición de la cara, los brazos, la espalda o las piernas es suficiente para lograr este fin. Los alimentos. Algunos alimentos contienen naturalmente vita-mina D; éstos son los pescados grasos (salmón, atún, caballa, sardina, arenque), los lácteos y derivados (leche, queso, yogur) y el huevo (sólo en su yema). Otros alimentos están enriquecidos artificialmente con vitamina D; se trata de la leche desnatada, de los cereales de desayuno y de algunos productos integrales. Particularmente los veganos, que tienen mayores problemas para alcanzar niveles fisiológicos de vitamina D, cuentan con alternati-vas beneficiosas como las bebidas de soja y la leche de almendra fortificadas. Los suplementos. A veces no quedará más remedio que tomar algún suplemento de vitamina D. Éstos pueden presentarse en forma de preparados alimenticios o gotas (ambos destinados a los bebés), y de cápsulas o ampollas (más propias del tratamiento en adultos); eso sí, siempre bajo prescripción médica. Exceso de vitamina D Tan perjudicial es la carencia de la vitamina D, como su exceso. Niveles demasiado altos de esta vitamina conllevan una toxici-dad que se manifiesta mediante la aparición de síntomas como debilidad, falta de apetito, náuseas y/o vómitos, estreñimiento y pérdida de peso. Cuando, secundariamente, el nivel de calcio en sangre sobrepasa lo deseable (hipercalcemia establecida), la persona puede notar sensación intensa de sed, palpitacio-nes, debilidad muscular, dolor de cabeza, desorientación y/o letargo. La excesiva exposición al sol no provoca intoxicación por vitamina D, el cuerpo es capaz de limitar la producción de la misma. Por tanto, la mayor parte de los casos de hipervitaminosis D se deriva del consumo exagerado de alimentos enriquecidos o del abuso de los multivitamínicos o de los suplementos. Tenemos que ser conscientes del problema, sin obsesionarnos, y dejarnos guiar por los profesionales sanitarios.